Por @AdasOz
Hace menos de dos semanas Juan Manuel Santos tomó la decisión de nombrar a Rafael Pardo como el nuevo alcalde encargado de Bogotá y al parecer, ya muchos bogotanos están maravillados con él.
Sin embargo, siento desilusionarlos, pero es evidente que el que se encuentra detrás de la noticia de que el ministro Rafael Pardo asumiera su segundo cargo como alcalde encargado, es el presidente Juan Manuel Santos, y no por el hecho de que constitucionalmente él debía tomar una decisión frente al caso de la destitución de Gustavo Petro, sino porque nuevamente vuelve a encontrar en Bogotá un trampolín para hacer politiquería y ganarse simpatías y unos cuantos voticos entre la torpe ciudadanía capitalina. Más allá de ver al ministro-alcalde tomando el mando de esta caótica ciudad, yo veo que el presidente-candidato es el nuevo alcalde encargado de esta ciudad de muchos y a la vez de nadie.
Habiendo expuesto lo anterior, el ministro-alcalde maravilla llegó a ocupar su nuevo cargo con las pilas bien puestas y siguiendo, por supuesto, los lineamientos que a Santos le convienen, no tanto por querer hacer de Bogotá una ciudad menos insegura, caótica y anárquica, sino porque esta oportunidad le cae como anillo al dedo al presidente-candidato para reelegirse.
A pesar de haber asegurado que le dará continuidad al plan de gobierno de Petro, es evidente que mientras Rafael Pardo esté como alcalde encargado de la capital, pondrá en marcha muchos proyectos y planes que el recientemente alcalde destituido e inhabilitado había archivado porque no eran de su interés. El plan del presidente-candidato en conjunto con su ministro-alcalde consta de cuatro puntos fundamentales: seguridad, movilidad, vivienda y salud. Todo un plan maravilloso que tiene desde ya deslumbrados a unos cuantos bogotanos incautos.
Santos, pues, se nos presenta como el redentor de esta maltrecha ciudad, víctima de pésimas administraciones. Pero no nos olvidemos que fue él mismo quien definió la estrategia electoral para que Gustavo Petro resultara elegido como nuestro alcalde hace dos años y medio. Ahora que lo ha destituido, el mismo presidente admite que tiene un interés especial en Bogotá y de frente y sin vergüenza alguna nos confiesa que éste es de índole electoral:
“No obstante, el interés también es electoral. Si bien los votantes de la capital del país son más libres que en otras regiones, la decisión que tomen de cara a las presidenciales podría inclinar la balanza en las elecciones presidenciales del 25 de mayo.”
Así que los bogotanos estamos más que advertidos: nuestra ciudad no es más que un as bajo la manga del presidente-candidato para ganarse la simpatía de los capitalinos quien confía en que esto le ayudará a reelegirse para un segundo mandato. Y como no todo lo que brilla es oro, es muy probable que todas estas promesas sean falsas y se queden en el aire una vez Juan Manuel Santos logre quedarse cuatro años más en la Casa de Nariño. Ejemplos de falsas promesas del presidente tenemos a granel, o si no pregúntenle a los habitantes de Gramalote sobre la reconstrucción de su pueblo, o a los nueve millones de votantes que lo llevaron a la presidencia en 2010, a ver si votaron por ver a Timochenko y a Márquez legislando desde La Habana.
Desconsuela mucho ver que Bogotá continúa siendo un trampolín electoral y que es usada por los políticos corruptos como una mujer de la vida alegre para ver cumplidos sus objetivos particulares. Bogotá sigue sin tener su proyecto de desarrollo a futuro, por lo que veo muy difícil que ésta cambie en el mediano o en el largo plazo, a menos que los bogotanos empiecen a tomar consciencia y se comprometan con su ciudad y comiencen a exigirle a sus gobernantes por un mejor proyecto de ciudad duradero en el tiempo.
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