26 jun 2015

Leyenda negra

Por @ruiz_senior

La leyenda negra ("opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI") podría tener su origen en la expansión del reino de Aragón a algunas regiones de Italia en el sigo XIV. Pero ciertamente su núcleo tiene que ver con la propaganda antiespañola de los holandeses e ingleses después del siglo XVI, con base en las crueldades de la conquista de América y de la Inquisición.

El escritor español Julián Juderías resumía así la leyenda negra: "La afirmación [...] de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas".

Dado el origen de todas los países hispanoamericanos, esos rasgos se podrían atribuir también a los descendientes de los españoles. Y lo que cada vez se confirma más es que algo de cierto tiene dicha leyenda. ¿Cómo se explica si no el éxito de los siniestros totalitarios de Podemos y de sus socios en toda Sudamérica?

En palabras de un historiador estadounidense, "La premisa básica de la Leyenda Negra es que los españoles se han mostrado históricamente como excepcionalmente crueles, intolerantes, tiránicos, oscurantistas, vagos, fanáticos, avariciosos y traicioneros".

Lo de oscurantistas, vagos y fanáticos no sólo se puede atribuir a la Iglesia y sus verdugos, sino también a las diversas corrientes que pretenden subvertir su orden: ¿se podría decir que los anarquistas y comunistas españoles del primer tercio del siglo XX eran muy racionales, productivos y equilibrados? ¿Lo son su triste reencarnación en la sucursal del narcoimperio cubano que asciende hoy en día? ¿O alguna de las versiones de la izquierda hispanoamericana?

Un aspecto curioso de la leyenda negra es su asimilación por los españoles: en una encuesta en la que se evalúa la opinión de unos europeos sobre otros, la opinión de los españoles sobre sí mismos es peor que la de todos los demás europeos. También en el secesionismo catalán y vasco hay un fondo parecido, que se resume en el dicho "Es español el que no puede ser otra cosa".

Pero prescindiendo de los prejuicios y la propaganda, convendría pensar en lo hispánico y en su diferencia con las demás culturas de origen europeo. Octavio Paz decía que los hispanoamericanos somos "los hijos de la Contrarreforma", y ese proceso reaccionario que apartó a España y a sus colonias de la Ilustración del siglo XVIII y la industrialización que comenzó entonces parece el elemento configurador de la tradición hispánica.

La mentalidad que acompaña a esa tradición se resume en lo que decía Jacob Burckhardt del Renacimiento italiano: al cabo de un siglo de dominación española ya nadie pensaba en trabajar, sólo en ostentar origen hidalgo y hacerse médico o abogado.

Esa mentalidad es lo que pervive en los regímenes bolivarianos y en sus sucursales: el desprecio del trabajo, el culto de las jerarquías y la cerrazón ideológica en torno a supersticiones de uno u otro signo. No es raro que los peores tiranos terminen proclamándose católicos, como Chávez, Maduro y Ortega. Al final sólo tienen que acomodar las nociones para resultar ellos agentes de la "política del amor" (antes de Petro era el lema de Rosario Murillo, la mujer de Daniel Ortega).
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Sea cual fuere la fama de España, la verdad es que en el ámbito del conocimiento y la invención sus aportes después del siglo XVI han sido magros, así como su desarrollo industrial. Todo eso en las colonias americanas, riquísimas en recursos pero indigentes en cultura, ha sido y es mucho más grave.

La ideología unánime en la región, según la cual el camino del desarrollo es la educación (lo cual está también en el origen de la sucursal chavista española, pues sin el gasto de los gobiernos de las últimas décadas en proveer títulos a todos los que quisieran tenerlos no existiría Podemos), es la expresión de esa vieja mentalidad: decenas de millones de personas obtienen títulos con los que no podrán encontrar ningún empleo, salvo en la educación, sea de psicólogos en Argentina o de mejoradores del mundo en Colombia, da lo mismo. No es una forma de desarrollo sino la continuidad del parasitismo de siempre: la perpetuación de aquello que hace que para mucha gente España se resuma en la leyenda negra.

Un país en el que el fruto de esa mentalidad es una orgía incesante de sangre, como Colombia, necesita plantearse como primera meta empezar a ver las cosas de otro modo: ¿cuánto les cuesta a los ciudadanos el adoctrinamiento de asesinos en las universidades públicas? ¿Cuánto cuesta a los mismos beneficiados con la "educación" malgastar tantos años de su juventud en obtener un diploma a cambio de la sumisión ideológica a un delirio criminal?

Para pensar en eso no hay nadie: no recuerdo a UNA SOLA PERSONA que quiera entender que el uribismo comparte todos esos rasgos ideológicos, a tal punto que la campaña de Zuluaga se basaba en la promesa de proveer más títulos universitarios. Obviamente no habrá ningún desarrollo industrial, no hablemos de inventarse nada ni de organizar redes de servicios, mientras todos los esfuerzos se concentren en garantizarles rentas a los parásitos organizados.

Mientras el destino de cada individuo se cifre en su integración en esa corporación.

De hecho, nadie se plantea nunca otra cosa. ¿Quién disuadiría al que quisiera emigrar?

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