Por Jaime Castro Ramírez
Hablar de un presunto posconflicto en Colombia implica que previamente a la negociación de paz (que actualmente se adelanta) se haya reconocido como conflicto interno a la violencia contra los colombianos por parte de grupos armados de extrema izquierda comunistas, reconocimiento efectivamente otorgado por parte del presidente Juan Manuel Santos. Sin embargo, este reconocimiento puede generar riesgos de consecuencias políticas por su connotación de beligerancia que concede. Según el protocolo II de Ginebra, para que se otorgue la categoría de ‘conflicto interno armado’ es preciso que tales grupos armados cumplan tres condiciones:
1. Demostrar dominio de territorio.
2. Demostrar respeto a los derechos humanos y acatamiento del derecho internacional humanitario.
3. Demostrar estructura estable.
Categóricamente, ninguna de estas tres condiciones se cumple. Además, el Estado colombiano tiene la capacidad institucional de su fuerza pública para defender y conservar la soberanía en todo el territorio nacional, lo que significa que la autoría de tal reconocimiento de ‘conflicto interno’ fue del presidente Santos como acción personal, pero sin tener en cuenta que no se cumplían los requisitos mínimos de soporte exigidos internacionalmente para demostrar alguna legitimidad en dicha figura.
¿En qué consiste el posconflicto planteado por el gobierno y las Farc?
Lo único que se sabe hasta ahora (antes de tener un acuerdo de paz), es que el presidente Santos creó el Ministerio del Posconflicto, y que nombró como ministro consejero del posconflicto al General Oscar Naranjo. Esto equivale a la figura de ministro sin cartera, o como se dice en el argot popular equivale a: “ensillar antes de tener el caballo”.
En consecuencia, no se sabe en qué consiste el cacareado posconflicto, y no se sabe por ausencia de materia, es decir que al no haber realidad implícita sobre un acuerdo de paz (ausencia del conflicto), pues obviamente que se está hablando de algo incierto, y por consiguiente tampoco se sabe en materia de dinero cuánto vale el posconflicto, y cuánto vale será la primera pregunta que se harán los países a los cuales Santos les pide ayuda para conformar un fondo que ha denominado ‘fondo para el posconflicto’. Como se suele decir, “no soplan buenos vientos para el que no sabe para dónde va”.
El presidente Santos incluso ha afirmado que el ‘posconflicto ya ha empezado’, y que para tal fin lo que está haciendo es garantizar la presencia del Estado en todo el territorio nacional para evitar el conflicto interno. Esto equivale a promesas que no se cumplen - al buen estilo populista, ahora para el posconflicto sobran proyectos de inversiones para desarrollo del país en infraestructura, vías terciarias, educación, salud, acabar con la pobreza, un largo etc.
Hablar de desigualdades sociales como causa del ‘conflicto interno’ es una simple demagogia convertida en justificación de la violencia de carácter ideológico que han practicado los grupos armados ilegales que siempre han pensado es en tomarse el poder político para dominar el país. Diferencias sociales han existido siempre en todos los países del mundo, lo cual obedece a la naturaleza misma del equilibrio de funcionamiento del orden social que debe existir sobre la tierra, pues qué tal un escenario donde todos fueran ricos, entonces quiénes trabajarían; o donde todos fueran pobres, entonces quiénes harían empresa para producir bienes de consumo y dar empleo para crear bienestar social; o todos doctores, entonces quiénes harían los oficios menores tan necesarios y fundamentales en las actividades cotidianas para crear desarrollo. Lo cierto es que cuando esa extrema izquierda se toma el poder ahí si hay ‘igualdad social’ nivelada por lo bajo porque lo que encuentran productivo lo acaban, y solo saben administrar miseria pública, pues los únicos que se vuelven ricos son quienes se adueñan del poder.
El verdadero posconflicto
Sin la utilización de la demagogia política populista, el posconflicto debiera ser medido simplemente como el derecho que tiene la gente de vivir con tranquilidad, sin violencia, respeto a los derechos humanos, a los desplazados devolverles sus parcelas para que puedan trabajar y producir, a los empresarios dejarlos tranquilos para que puedan invertir en proyectos de desarrollo productivo, etc. Esas manifestaciones pomposas de fantasías que pintan para supuestamente darle identidad al posconflicto son engaños, promesas que no se cumplirán, pero que al no cumplirse podrían generar el pretexto para repetición de la violencia.
En conclusión, el posconflicto bien podría consistir únicamente en permitir que actúe la fuerza de la dinámica emprendedora del país, sin violencia criminal, eso sería todo, y con eso el país encontraría el sendero de su propio desarrollo económico, político y social.
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