7 oct 2015

El inimaginable móvil de la paz

Por @ruiz_senior

Un colombiano que vive fuera siempre tiene el problema de explicarles a los que viven en el país que el resto del mundo no es como Colombia, y que la indignación que siente cualquier colombiano que viaje y se vea expuesto a humillaciones en los aeropuertos es por completo injustificada: Colombia es un país de gánsteres. No que todos lo sean, pero sí lo son los que predominan, y si alguien en un país civilizado hiciera las cosas que hace el fiscal o dijera las cosas que dicen los "periodistas", "panelistas", "analistas" o "académicos" colombianos, los ciudadanos reaccionarían como si se les propusiera asar a los hijos. Imagínense un funcionario del servicio exterior alemán que se encontrara a un judío en una ciudad sudamericana en la época de Hitler: ¿qué tendría él que ver con el exterminio de los judíos? Nada. Los colombianos son como el miembro de una familia en la que reina el incesto que cree que eso no lo mancha de ninguna manera.

A la pura lógica de gánsteres corresponde la propaganda comunista que promovieron los clanes del poder, la oligarquía a la que se enfrentó el fascistoide Jorge Eliécer Gaitán, desde los años de la República Liberal y que condujo a la orgía de sangre de los años cincuenta, a la formación de guerrillas en los sesenta y al adoctrinamiento sistemático en las universidades desde entonces. La paz es una salida eficaz gracias a la cual los envenenadores ejercen de médicos y obtienen la gratitud de los demás colombianos, siempre dispuestos a afiliarse al bando del poder, y de las potencias extranjeras, ansiosas de hacer negocios con ventaja o de exhibir buen corazón contribuyendo a un fin tan bonito.

En esencia, la paz conduce a la persistencia del orden de castas tradicional y al reforzamiento de los privilegios de los funcionarios, que son la clientela tanto de la oligarquía como de las bandas terroristas, las cuales vienen a ser como el Servicio Doméstico Armado de aquélla. Ocho décadas de violencia han servido para que esos clanes, particularmente las familias López, Samper y Santos, sigan controlando totalmente el país.

Para no aburrir al lector con algo que se ha explicado muchas veces en este blog, dejo este video, si es que no lo ha visto.


Pero en un plano más inmediato, la paz brinda frutos más jugosos a los pacifistas: la exclusión total de cualquier tipo de oposición, a la que se persigue con saña y descaro sin que ningún progresista ni demócrata se moleste en absoluto. ¿Cómo se llamaría eso? Lo he dicho arriba: Colombia es un país de gánsteres. El humanista de la cultura ciudadana y "la vida humana es sagrada" resultó enriqueciéndose gracias a su apoyo a la paz y reconociendo nexos con los terroristas. Prácticamente todos los funcionarios judiciales, profesores universitarios y periodistas aplauden las persecuciones y las infamias y callan sobre la evidente alianza del gobierno con los asesinos.

El dominio que ejercen las familias oligárquicas es típico gansterismo, y ciertamente no se detienen ante el asesinato, como demuestran los casos de Gaitán, Galán y Gómez Hurtado, entre muchos otros (Santofimio era un mensajero de López Michelsen). Los grandes medios de comunicación, pertenecientes a las mismas familias y totalmente hegemónicos, cuya principal fuente de ingresos es el mismo Estado, también obran según dicha lógica. Este breve video permite formarse una idea:


Prácticamente todo lo que publican esos medios son mentiras, intoxicaciones, calumnias y en últimas complemento a los asesinatos y secuestros de las bandas terroristas. Un buen ejemplo son estos dos "confidenciales" de Semana (1 y 2), en los que se pasa por alto que las condenas a Uscátegui y Plazas Vega son iniquidades absolutas basadas en montajes y desafueros que describen a los administradores de justicia como a canallas peores que la mayoría de los gánsteres. (El abogado de Plazas Vega reclama que la condena del coronel no es firme, toda vez que aún está pendiente que la Corte Suprema de Justicia falle sobre la demanda de casación, pero la confirmación de la condena de Uscátegui no la hace menos inicua: los magistrados de dicha corte son sólo gánsteres de rango superior a los demás "juristas").

Con todo, gracias a la necesidad del uribismo de exhibir buena voluntad de paz para evitar las persecuciones judiciales (persecuciones que más bien legitima, al no denunciar a los jueces y fiscales como malhechores) y conservar nexos con gente que disfrutaba de cargos en el primer gobierno de Santos, el nudo de la paz terminó siendo la impunidad de los terroristas, y se hace caso omiso de otros hechos mucho más graves. El ascenso al poder de los jaleadores del crimen es uno de los peores, porque personajes como Alfredo Molano, Javier Giraldo o los columnistas de Semana no son menos criminales que alias Romaña o alias Fabián Ramírez. El contenido de los acuerdos, gracias a los cuales los crímenes terroristas son necesarios porque conducen a mejorar la democracia, es otro. Los plazos en los que los terroristas seguirán tutelando con sus armas la democracia, es otro. La multiplicación del gasto en cebar clientelas de la oligarquía-terrorismo, es otro. El ultraje a los miles y miles de militares y policías que han dado la vida o quedado lisiados gracias a la insurrección comunista promovida por los padres de la paz, otro.

La multiplicación de la producción y exportación de drogas es otro, al que tampoco se hace caso. La relación de los gánsteres que dominan el país con ese negocio es algo que no le conviene denunciar a nadie, pero es evidente desde la reunión de López Michelsen con los capos en Panamá hasta los millones de dólares que le pagaron los Comba a J. J. Rendón para obtener favores de Santos, pasando por lo que llevó a convocar la Constitución de 1991, el proceso 8000 y la pertinaz relación de la oligarquía con el régimen cubano, verdadero amo del negocio.

La página de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señala que entre 2013 y 2014 el área sembrada de coca pasó de 48.189 a 69.132 hectáreas, un crecimiento del 44%, más evidente en las regiones de presencia de las FARC, expansión que obviamente es el resultado de la suspensión de bombardeos y las expectativas de poder e impunidad para la banda. Gracias a la mayor productividad por hectárea, el aumento de la producción de clorhidrato de cocaína es del 52,7%. Dicha industria pasa de representar un 0,2% del PIB a un 0,3%.

No basta el erario, las fortunas que se acumulan con la cocaína sirven para enriquecer a los que apoyan a Santos, que lo tienen más fácil que el Cartel de los Soles venezolano y que las bandas terroristas colombianas: lo único que les corresponde es favorecer la industria con la propaganda de la paz, las persecuciones a la oposición y las purgas en las Fuerzas Armadas. ¿Cuánto rechazo tiene eso? Ni siquiera llama la atención de nadie. Salvo para exigir que no se los vea como gánsteres, los colombianos no tienen el menor interés en resistirse a los hampones que los "gobiernan".

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