3 dic 2015

Hazañas póstumas del payaso mártir

Por @ruiz_senior

El segundo Gran Colombiano
En una encuesta que llevó a cabo el History Chanel en 2013 y en la que participaron más de 700.000 personas, el segundo puesto, por detrás de Uribe y con más de un 17% de los votos, lo obtuvo el humorista asesinado Jaime Garzón: muy por delante de García Márquez, Nariño o Santander. Cuervo, Silva o Gómez Dávila obviamente no eran candidatos, a ellos los hados (o la muerte jardinera de que hablaba Rilke) los hicieron nacer donde no debían, entre una gente a la que no pertenecían.

Valdría la pena prestar atención al "humor" del personaje, porque no era más que propaganda del gobierno de Samper y sus socios terroristas. No se debe olvidar que los noventa fueron una época de intensa actividad de las FARC y el ELN, con muchos más muertos que nunca antes, lo que condujo al Caguán. Lo que es evidente es que esos crímenes no inquietaban al humorista, el sentido de cuya obra comenté una vez analizando un texto de su guionista,

Formas de lucha
No es posible escribir sobre Colombia sin recordar que cuando uno se encuentra con un colombiano éste suele creer que la izquierda es algo distinto de las guerrillas, lo que produce ganas de buscarle un psiquiatra, si bien él cree que el que necesita un psiquiatra es uno. Los infinitos crímenes resultan poco importantes en comparación con esa increíble disposición: son como su sombra, es inevitable que ocurran cuando quienes los encargan, promueven y cobran son respetados por toda la sociedad. 

Y es que en el culto a Jaime Garzón se manifiesta la complicidad descarada y total de ciertos grupos sociales con los terroristas. ¿Cuántos estudiantes universitarios escriben tuits sobre Jaime Garzón y comparten la indignación por su asesinato sin que les importen ni remotamente los cientos de miles de personas asesinadas por las diversas bandas terroristas? Se podría decir que son todos, y es porque el joven puede apasionarse por mejorar el mundo si ve perspectivas de poder hacerlo desde un buen cargo público, y si no tampoco le importa y se deja llevar por sus profesores, cuya tarea es generar ese ambiente.

De modo que la muerte de alguien que no condenaba los asesinatos sino que los alentaba  y cobraba abiertamente los inquieta pero las de cientos de miles de personas inocentes no, y eso no llama la atención de nadie. No hablemos de que considerar criminales a esos deudos no le parece apropiado a nadie en Colombia.

Una vez me reprocharon que considerara la discusión en internet como "el conflicto", pero es por lo mismo que explicaba arriba: si los profesores universitarios que legitiman las masacres no son sus autores, tampoco los guerrilleros matan a nadie, puesto que no lo hacen ellos sino sus manos, y al disparar, sólo algunos dedos. Lo que se ve hoy en día con los contratos de la Fiscalía y el "carrusel de la paz" es que esos profesores eran los verdaderos jefes de las bandas y los que acceden a cargos de poder gracias a los crímenes.

De modo que el "humor" de Jaime Garzón, la persecución judicial contra cualquiera al que puedan atribuirle responsabilidades sin ninguna prueba (como José Miguel Narváez) y las campañas de duelo en las redes sociales son la continuación de las masacres por otros medios, parte de la misma "lucha", tal como fabricar cañones y explosivos y transportarlos son actividades que contribuyen al logro de los objetivos de un ejército tanto como los disparos. Quejarse de un asesinato que sufren los asesinos les resulta muy útil para legitimar y alentar muchos más, y nadie emprende una denuncia resuelta de esa clara relación de los que cometen los crímenes con los que los encargan y cobran.

Los hechos
La conjura terrorista en Colombia ha estado entreverada en toda su historia con el Partido Liberal, desde los años treinta hasta ahora mismo. Los gobiernos de ese partido entre 1986 y 1998 dieron lugar a un claro avance de las diversas bandas (con cientos de miles de asesinatos en ese periodo), lo que condujo a la legalización de diversos frentes (M-19, CRS, etc.), a la Constitución complaciente que legitima el asesinato para abolirla, a una dilatada orgía de crímenes y a una situación de poder para las FARC hacia 1998, cuando llegó al poder Pastrana y le despejó una enorme región a esa banda. Al igual que Santos y que Belisario Betancur, Pastrana estaba dispuesto a ceder cuanto fuera necesario para quedar como el Prometeo que consiguió la paz para Colombia, por mucho que esa paz fuera sólo una apariencia y en realidad los terroristas multiplicaran sus atrocidades. Se sabía que Jan Egeland le había prometido un Nobel de la paz.

La disposición liquidacionista de Pastrana encontró resistencia entre diversos sectores militares, que en una ocasión incluso le presentaron la renuncia en masa apoyados por el entonces ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda.

En paralelo a las negociaciones en el Caguán, había toda clase de presiones de los medios y de los frentes legales de la conjura: tanto se consideraba definitiva la conquista del sur del país por las FARC que se empezó a hacer presión para que el gobierno le despejara al ELN una amplia región del sur de Bolívar. Con ese fin se creó una "Comisión Facilitadora de Paz", que no era más que la entidad de cobro que representaba a los terroristas ante el gobierno. De esa comisión formaba parte Jaime Garzón, al igual que Wilson Borja, que también sufrió un atentado. Lo más probable es que su asesinato tuviera relación con intentos de impedir ese segundo despeje.

Todos los crímenes se deben esclarecer y todos los asesinos deben pagar, lo curioso es que el presupuesto de la paz por la que claman todos los deudos de Jaime Garzón precisamente es la impunidad de los crímenes de las bandas con las que el humorista tenía relación (tanta que intermediaba en secuestros, que fue alcalde menor de Sumapaz, la región de presencia guerrillera en Bogotá, y que reconocía en televisión que conocía a los terroristas).

Siempre se repite lo que ocurrió con el "paramilitarismo", la indolencia de los colombianos ante los crímenes terroristas y el control que la conjura ejerce sobre el poder judicial deja a las víctimas indefensas. La tentación de la venganza es poderosa, y todo eso se agravará ahora que Santos dará a las FARC derecho a castigar a todos los que las hayan incomodado: la impunidad y el premio de los crímenes no pueden prevenir la violencia. Los colombianos que no forman parte de la conjura pero respaldan la negociación por ahorrarse dificultades sólo se las dejan a sus hijos, en el mejor de los casos.

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