Por Jaime Castro Ramírez
El pensamiento filosófico se impone ante la teoría improvisada, alegre y facilista, es decir, aquella donde no impera el debido raciocinio. Bien Dijo Montesquieu: “La paz no se puede comprar, pues aquel que la ha vendido queda en mejores condiciones para volver a venderla”.
La filosofía como estudio racional del pensamiento respecto al conocimiento, dictamina la certeza que se materializa en los acontecimientos. Lo que dice Montesquieu sobre la compra de la paz es un punto fundamental de doctrina filosófica. Aplicando este principio fundamental a la negociación de paz en Colombia, nos encontramos con lo que hemos observado los colombianos en el horizonte, y es que se ha venido configurando un escenario de ‘compra de la paz’, pues esto se traduce en que las condiciones de la ‘negociación’ las impone la contraparte (el vendedor Farc), y el gobierno se limita a aceptar (comprando) tales exigencias con tal de decir que firmó la paz de Colombia. La pregunta es: ¿Eso será la paz?
Esto no se puede llamar negociación, pues queda planteado simplemente en una especie de símil donde se adquiere un bien (llamado paz) a un precio exorbitante que luego lo pagarán los contribuyentes a través de la parte impositiva de impuestos. Esto explica también el por qué el gobierno está hablando de una nueva reforma tributaria, en la cual aparece como novedad principal la idea de incrementar el IVA del 16% al 19%, el impuesto más regresivo que existe en razón a que lo deben pagar por igual todos los estratos de la población al adquirir sus bienes y servicios.
Elementos de análisis
Con el nombre de paz el gobierno de Colombia va en camino de instaurar una escalada de concesiones que merecen el calificativo de entreguismo dócil, pues no es sino referirse a lo siguiente:
1. Feria de impunidad a través de la llamada justicia transicional que no es justicia real sino una simple expresión a la cual le llaman ‘justicia’.
2. Lo anterior se complementa con el premio de elegibilidad de victimarios, o dicho de otra forma, la entrega de curules regaladas en corporaciones públicas.
3. Los victimarios no repararán a las víctimas porque según su estilo de cinismo dicen que disque ellos ‘no tienen plata’, y como respuesta el gobierno acepta que sea el Estado el que paga (los contribuyentes).
4. Los contertulios en la negociación le exigen al gobierno ‘territorios de paz’ con la pretensión de que serán controlados por ellos.
5. Se niegan a entregar las armas argumentando que ese tema no está en el idioma de las Farc, negación que constituye lo más insólito en una negociación de paz.
Y falta saber cuáles otras concesiones resultarán en el ‘acuerdo secreto’ que el gobierno maneja frente al pueblo colombiano.
A todo este expediente de concesiones (sin hacer valer la réplica oficial), bien se le puede llamar ‘compra de la paz’ a quienes estratégicamente han sabido venderla (las Farc), lo cual es responsabilidad del gobierno, pues la contraparte aspira (válidamente para ellos) a lo que efectivamente están logrando para sus propios intereses.
La realidad no se puede desconocer cediendo el espacio a la insensatez. Hay que reiterar que el gobierno de Juan Manuel Santos tendrá que responder ante la historia y ante los colombianos si el resultado político, económico y social de lo que está concediendo con el nombre de paz llegase a salir mal para el país. El mismo presidente de la república ha dicho que “la paz está a la vuelta de la esquina”, pero luego ha expresado una grande contradicción que crea incertidumbre diciendo que ahora se firma el acuerdo pero que “la paz empieza en diez años”. Esto lo mínimo que significa para los colombianos es duda sobre lo que Santos está ‘negociando’.
¿Y por qué duda?, pues porque (según la visión filosófica de Montesquieu) quienes ahora le venden la paz a Santos quedan en mejor condición de volver a venderla, y tal vez por eso Santos habla de un plazo de diez años para supuestamente ver la paz, es decir, que eso significaría que según las condiciones establecidas en las concesiones pactadas en el acuerdo, es posible que en diez años sea necesario volver a comprarle la paz a los mismos que ahora la han vendido logrando grandes ventajas para ellos, incluido el derecho de dominio, lo que en forma figurada podría denominarse como reserva del derecho de transferencia del bien vendido.
Se concluiría en que la paz negociada así es como el amor comprado, que no funciona por insustancial, es decir, por ausencia de interés recíproco de las partes.
En estas condiciones, ¿para dónde irá el país con esta incertidumbre del tema llamado paz?
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