Por @AdasOz
Durante la jornada del día sin carro, el pasado jueves 4 de febrero, Enrique Peñalosa anunció que está pensando en hacer un ensayo con los capitalinos que consiste en implementar la hora pico sin carro. Si bien es más que evidente que esta medida ayudará a descongestionar las atascadas calles de la ciudad, no es una solución definitiva al problema de movilidad que actualmente se enfrenta. Es, por el contrario, una medida de corto plazo, restrictiva y conformista, escudada bajo la forma de “experimento” que muy seguramente perdurará en el tiempo al igual que la ya institucionalizada restricción vehicular.
Si pensamos, por ejemplo, en lo que sucedió tras haberse institucionalizado la medida de la restricción vehicular, la compra de carros particulares se disparó, ya que a falta de un sistema de transporte eficiente que ofrezca un cubrimiento extensivo a toda la ciudad y a sus alrededores, se creó en sus habitantes la necesidad de tener un segundo carro para poder suplir su necesidad de transportarse, disparándose simultáneamente la compra y uso de motocicletas, que al ser más económicas y fáciles de adquirir, fueron inundando la ciudad. Cabe anotar que los dueños de las motos no pagan, como sí los de los carros, impuesto de rodamiento, pero ocupan en ciertas zonas más espacio incluso que los mismos vehículos particulares, convirtiéndose en la principal causa de accidentalidad en las calles de Bogotá. Basta salir a dar una vuelta para darse cuenta de cuán dementes están los motociclistas y cuánto urge tomar medidas con las que se les pueda controlar.
Pero retomando el tema motivo de esta publicación, la solución al grave problema de movilidad que padece la capital colombiana no radica en prohibir el uso del automóvil particular ni ciertos días de la semana ni ciertas horas del día, no solo por lo expuesto en el párrafo anterior sino porque ya es probado que el bogotano o el ciudadano que llega a vivir a Bogotá se adaptan a dichas restricciones y en lugar de exigir a la administración distrital su derecho a usar su vehículo, al uso de las vías ya existentes sin baches, a estrenar nueva infraestructura vial y a gozar de un sistema de transporte limpio y eficiente, se inventa alternativas o formas de pasar por alto la medida, poniendo fin al problema de la restricción, pero dejando ahí el problema. Es así como en 18 años de restricción vehicular nuestras calles siguen siendo casi las mismas y con muy pocas mejoras en infraestructura.
Bogotá no es Amsterdam, donde uno puede transportarse a diario en bicicleta tranquilamente y llegar a su lugar de trabajo o de estudio en máximo 30 minutos o menos. Bogotá se parece más a Pekín, una ciudad anárquica y muy extensa, con un sistema de transporte precario y una mafia de taxis repugnante, como para obligar con medidas restrictivas a los habitantes a que se desplacen de extremo a extremo en bicicleta, patines, patineta o a pie. Habrá algunos románticos con ínfulas de europeos que lo hagan, me alegro mucho por ellos y su estado físico, pero yo y muchos otros, no tenemos la disposición ni el tiempo para hacerlo. Además el clima loco de Bogotá tampoco motiva a desplazarse exponiéndose a la lluvia y al humo negro de los buses.
Entiendo que los retos que enfrenta el nuevo alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, son grandes, puesto que el proyecto de ciudad que dejó en el año 2000 fue echado por la borda por las tres nefastas administraciones polo-progresistas que desde 2004 desgobernaron la capital, pero también conozco su fascinación por restringir el uso del carro particular, medida por demás injusta y poco equitativa, especialmente para quienes viven en los extramuros o no cuentan con suficientes vías de acceso, lo cual aplica en todos los niveles de estratificación de la capital.
Mi propuesta para Enrique Peñalosa es que en lugar de seguir prohibiéndonos el uso de nuestros vehículos, retome el proyecto de Transmilenio para darle más cubrimiento a la ciudad, mejore y organice los buses del SITP puesto que este sistema no ha generado un valor agregado significativo entre los usuarios de transporte público sino que por el contrario, ahora se suma con sus caóticas rutas al problema. Ojalá termine de darle una solución a las compañías de buses tradicionales para que pertenezcan todos a un solo sistema organizado que ofrezca buen trato al pasajero y que le dé, por fin, luz verde al proyecto de construcción del metro mediante un proyecto sostenible en el tiempo. Por último, le propongo que arregle las vías ya existentes no solo tapando los huecos sino señalizándolas bien y que trabaje en proyectos de infraestructura vial como el de la ALO y otros, que nos permitan tener rutas alternativas que comuniquen zonas que hoy en día resultan ser embudos dada su elevada densidad poblacional.
Estoy segura de que si los capitalinos de cualquier estrato encuentran un sistema de transporte eficiente, limpio y decente, que les ahorre tiempo de desplazamiento y dinero, dejarán de usar por voluntad propia, y no porque se les prohíba, sus propios vehículos y empezarán a hacer cada vez más frecuente el uso del transporte público. Pero mientras el caos continúe, habrá cada vez más carros particulares y motos en la ciudad y el problema de movilidad continuará por siempre.
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