Por Jaime Castro Ramírez
El patrimonio político de un gobernante, por principio filosófico, es el pueblo, sin lugar a ninguna duda. Es bien sabido que la política la origina el pueblo, de la cual se genera el poder, el cual es otorgado por la voluntad ciudadana a sus gobernantes, asignándoles así la grande responsabilidad del mandato de gobernar en cumplimiento de la Constitución y la ley, para desarrollar un programa de gobierno, y a la vez les confiere la misión de representantes de la sociedad. Bajo tales preceptos el pueblo refrenda el sentido de legitimidad del poder en el entorno de la democracia.
La soledad de poder del presidente Juan Manuel Santos Calderón
En sentido ideológico, la política es el arte de gobernar con sentido social, luego el poder necesita pueblo como elemento esencial de legitimidad y de apoyo a esa facultad de gobernar ejerciendo el poder. Y para tener el apoyo y acompañamiento popular es indispensable que el gobernante cumpla a cabalidad con las promesas mediante las cuales convocó la voluntad del pueblo para ser elegido. El no cumplimiento de tales promesas significa consecuentemente la ausencia del apoyo popular, lo que simplemente se traduce en serios inconvenientes de ingobernabilidad, pues por obvias razones el gobernante termina aislándose riesgosamente del origen del poder, es decir que se aísla de su progenitor político que es el pueblo, quien le ordenó y le confirió ese mandato. Así es muy difícil gobernar.
El presidente Santos tiene sobre sus hombros un grande peso que lo agobia profundamente por contravención a la sociología política, pues desde el principio de su gestión como gobernante no encontró el punto adecuado de intersección entre el poder y la estructura social, pero además, con el agregado de la seria dificultad que le ha aportado el orgullo narcisista que acompaña su personalidad.
Un gobernante que haya incurrido en acciones por las cuales el pueblo le haya retirado su apoyo, lo que luego encuentra como respuesta es un justificado y merecido escenario político turbulento de crítica, gestado por su propio talante de mal gobernante, y más aun, si ha habido antecedentes cuestionables para acceder al poder, pues aparece entonces la razón por la cual pone en plano de discusión su propia legitimidad, y por supuesto que el resultado de toda esta dramática escena es que también encuentra el infortunio de su ‘soledad de poder’, lo que desde luego tiene implicaciones institucionales.
Se haría muy extenso mencionar en detalle todo este difícil escenario que tiene vigencia de aplicabilidad a la gestión presidencial de Juan Manuel Santos, aunque es válido citar algunos aspectos. Ha decepcionado a la estructura social del país nada menos que por engaño, pues lo que le prometió a los ciudadanos para obtener su apoyo electoral no lo cumplió: firmó en “piedra de mármol” no subir tarifas de impuestos e hizo lo contrario; engañó a los pensionados prometiéndoles que les iba a disminuir la tarifa del aporte a salud del 12% al 4%, y a pesar de que el Congreso de la República por iniciativa parlamentaria presentó y aprobó la ley que autorizaba esa disminución del aporte, simplemente Santos no la quiso firmar, es decir que su promesa fue solo un engaño calculado para usurparles el voto; el sistema de salud es demasiado precario; mal la economía; mal el empleo; mal la red nacional de vías terciarias; muy mal el agro; incremento desmedido de la corrupción; se desapareció en ‘mermelada’ la más grande bonanza de dinero que haya tenido Colombia en su historia: la bonanza petrolera; etc. De ahí el 12% de apoyo popular al presidente Santos en las encuestas, además de que le faltan al respeto con la acción de chiflarlo donde va y se expone al público.
Pero sin embargo, Santos sí ha hecho lo que no le comunicó a la sociedad colombiana antes de ser elegido presidente, como por ejemplo, que iba a compatibilizar de tal manera con Hugo Chávez que al tercer día de su posesión como presidente de Colombia lo identificó como su “nuevo mejor amigo”; no le dijo a los colombianos que su autoridad presidencial la iba a poner a disposición de las Farc, pues incluso ya estaba en pleno contacto con ellos en Cuba y todavía lo negaba, hasta que fue descubierto en su soterrado propósito, y los colombianos sabemos plenamente todo lo que ha ocurrido en este trance Santos-Farc: exageradas concesiones que implican ni más ni menos que la entrega política del país, de lo cual se derivará la entrega económica, y por consiguiente la entrega social, pues ya vendrá lo definitivo cuando el poder político cambie de rumbo en base a esas concesiones que son obra del presidente Santos.
Una vez puesto en evidencia sobre lo que hacía en la Habana con las Farc, Santos hizo la promesa de honor de presidente de la república en el sentido de que se haría lo que el pueblo aprobara en las urnas respecto a lo que él firmara con las Farc, y para tal efecto decidió aplicar la figura del plebiscito, figura con la cual luego cometió el peor error político e institucional que pueda cometer un jefe de Estado, que se tenga noticia, pues el pueblo rechazó en las urnas el acuerdo Santos-Farc, pero el presidente de la república no tuvo inconveniente en atentar contra la majestad y dignidad de la institución presidencial al incurrir en una acción muy grave que fue desconocer ese mandato del pueblo, y optó entonces por robarse el resultado del plebiscito y darle vigencia al acuerdo que había firmado con las Farc. En conclusión, se burló del mandato del pueblo, y en consecuencia, completó la faena de ganarse el rechazo de sus gobernados, acciones unas sobre otras con las cuales se ganó el mal precedente de que el pueblo no lo quiera como su presidente que es, y por lo cual bien se gana entonces el inri de ‘gobernante sin gobernados’.
Hay suficientes espejos que proyectan imágenes de la inconveniencia de lo que posiblemente está por venirle a Colombia (gracias al mal acuerdo que Santos llama paz), y sin embargo, todavía hay quienes no creen en que están dadas las condiciones propicias que pueden conducir a Colombia hacia otra Venezuela. Las Farc no han negado lo que pretenden políticamente, pues han hablado hasta de un “gobierno de transición”, e incluso han tenido sinceridad en decir que a ellos les gustaría en Colombia el modelo político chavista venezolano porque lo consideran muy bueno. El asunto es de indiferencia, pues a pesar de la evidencia de lo que ocurre en el vecino país, no se toma conciencia en prever tal situación, y cuando ya se llega a esa instancia resulta que devolverse en el tiempo es demasiado complicado.
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