Por @ruiz_senior
En los años que siguieron a la muerte del general Francisco Franco (1975), que
dejó como heredero del mando del Estado al nieto del último rey (depuesto en
1931), se implantó una monarquía parlamentaria mediante una constitución que
fue aprobada por una gran mayoría y que fue resultado del intento de
reconciliación entre los bandos que se habían enfrentado en la guerra civil de
1936-1939. Ese proceso, conocido como «la Transición» abrió las puertas a un
gran desarrollo institucional y a grandes reformas gracias a las cuales España
pasó a ser una democracia muy respetada y a formar parte de la Comunidad
Europea en 1986.
En 1982 ganó las elecciones el Partido Socialista (PSOE), que se mantuvo en el
poder hasta 1996, cuando la sucesión de graves escándalos de corrupción forzó
el cambio por el partido que se había ido consolidando como la oposición
hegemónica, el Partido Popular (PP), fundado por un antiguo ministro de Franco
pero ya convertido un una organización liberal-conservadora reconocida en toda
Europa. Durante su primer mandato, el presidente Aznar necesitó el apoyo
parlamentario de los nacionalistas catalanes y vascos, pero en 2000 obtuvo
mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.
Ese comienzo del siglo determinaría lo que ocurrió a partir de entonces.
Deseseperados por verse fuera del poder, los socialistas y comunistas empezaron
una labor de oposición violenta basada en la deslegitimación del gobierno, para
lo que no vacilaron en aliarse con los nacionalistas catalanes y vascos,
siempre dispuestos a exigir más competencias y a dominar totalmente sus
regiones. Esa oposición combinó elementos de propaganda, gracias al dominio de
los medios de comunicación, y de movilización callejera violenta. El desastre
del buque petrolero Prestige en
noviembre de 2002 fue una ocasión que supieron aprovechar, y la guerra de Irak
el año siguiente, en la que el presidente Aznar tuvo la mala idea de mostrar
apoyo a Estados Unidos y tomarse una foto con Bush y Tony Blair, les sirvió
para soliviantar el tradicional antiamericanismo de la población.
No obstante, todas las encuestas anunciaban un triunfo del PP en las elecciones
de 2004, que se celebraron el 14 de marzo. Tres días antes se produjeron los
atentados de la estación de Atocha, en Madrid, que dejaron casi doscientos
muertos. Como si lo tuvieran preparado, los socialistas y comunistas corrieron
a rodear las sedes del PP y a responsabilizar al gobierno por su apoyo a Bush.
Los atentados fueron atribuidos a unos islamistas a los que se masacró antes de
que pudieran declarar. Son muchas las dudas que quedan sobre la verdadera
autoría de esos atentados en una fecha tan problemática. La propaganda de esos
días y la torpeza del gobierno, que intentó atribuir los atentados a ETA para
evitar que se los relacionara con la guerra de Irak, determinaron el triunfo
del PSOE, liderado esta vez por José Luis Rodríguez Zapatero.
Hasta entonces el PSOE era considerado un partido socialdemócrata de estilo
europeo, y en su triunfo de 1982 se suele hablar de grandes cantidades de dinero
estadounidense, invertidos a través de entidades del partido socialdemócrata
alemán, para impedir que la facción hegemónica de la «izquierda» fuera el
Partido Comunista (PCE). Con Zapatero empezó una deriva bastante parecida al
chavismo con el acoso y la deslegitimación de la oposición y la alianza con los
comunistas y con los nacionalistas catalanes y vascos. Así se recreaba el
Frente Popular que ganó mediante fraude las elecciones de 1936 y dio lugar a la
guerra civil tras el asesinato del líder de la oposición de entonces. No en
balde Zapatero es hoy, junto con Ernesto Samper, una figura importante del
Grupo de Puebla.
Entre las medidas que caracterizaron su gobierno destacan dos leyes que de
algún modo representan el fin del periodo de concordia comenzado por la
Transición. Una es la Ley de Violencia de Género, que anula la presunción de
inocencia y la igualdad ante la ley (en aras de implantar reformas ideológicas
de ingeniería social, esta vez con el pretexto feminista), y la Ley de Memoria
Histórica, que criminaliza al llamado bando nacional de la guerra civil y al
régimen de Franco, con lo que se intenta legitimar al gobierno del Frente
Popular y al bando estalinista de la contienda.
En economía, Zapatero también actuó como Chávez, aunque tenía limitaciones por
pertenecer a la Unión Europea. La crisis económica de 2008 fue particularmente
dura en España y a pesar de la disposición del gobierno a gastar más con tal de
seguir ganando elecciones, las autoridades europeas forzaron reformas drásticas
como la reducción del sueldo de los funcionarios y la congelación de las
pensiones. En medio de un empobrecimiento generalizado, Zapatero convocó
elecciones en noviembre de 2011, en las que ganó por mayoría absoluta el PP de
Mariano Rajoy.
El efecto de ese mal gobierno fue aniquilador. La actitud de Rajoy consistía en
no hacer caso a los problemas en espera de que se resolvieran solos. Ciertas
medidas como la reforma laboral y otras favorecieron la recuperación económica
de una crisis que en Grecia, con gobierno socialcomunista, llevó a la
intervención de las autoridades europeas y a un empobrecimiento drástico. Pero
en lo que concierne a las leyes de Zapatero no hubo el menor atisbo de
corregirlas, y respecto a los nacionalistas catalanes, cada vez más exaltados,
a tal punto que a finales de 2017 dieron un golpe de Estado y declararon la
república independiente, el gobierno de Rajoy fue inane y el descontento de las
víctimas del secesionismo y de los críticos de Rajoy dio lugar al surgimiento
del partido Ciudadanos, que en las elecciones de abril de 2019 se quedó a menos
de un punto porcentual del PP.
Las dificultades y la salida del gobierno llevaron a los socialistas y
comunistas a buscar de nuevo la agitación callejera, esta vez animada por
personajes indistinguibles de los jefes de las FARC, con los que habían vivido
en el palacio de Miraflores (Juan Carlos Monedero cinco años y Pablo Iglesias
dieciocho meses). La copiosa inversión de dinero chavista le dio a Podemos, el
grupo comunista dirigido por estos personajes, un gran protagonismo a partir de
2014. A lo que también ayudó el interés del gobierno de Rajoy por dividir a la «izquierda».
En 2018 una moción de censura del nuevo líder del PSOE, Pedro Sánchez, tumbó al
gobierno de Rajoy. En las dos elecciones que hubo en 2019 se formó una mayoría
sumando los votos del PSOE, Podemos y los nacionalistas catalanes y vascos. El
gobierno llamado «Frankenstein» por estar formado por fragmentos incompatibles
ha sido tan letal para España como lo fue el de Chávez para Venezuela, aunque
en un país del primer mundo se nota menos: destrucción de la división de
poderes, leyes ideológicas contra la mayoría de la población, despilfarro y
endeudamiento extremos, sometimiento del Estado al interés del autócrata… La
mayoría de los comentaristas dicen que si en las próximas elecciones generales
(a más tardar en diciembre de este año) vuelve a ganar Sánchez terminará la
democracia en España.
La oposición la forman el PP y Vox, una
escisión del PP que agrupa a sectores conservadores y resueltos respecto de la
unidad de España. En las elecciones regionales de Andalucía de diciembre de
2018 Vox obtuvo el 10,5 de los votos y así fue posible el cambio de gobierno
tras cuarenta años de hegemonía socialista. En las elecciones generales de
diciembre de 2019 obtuvieron 52 diputados (de 350). La mayoría de las encuestas
actuales dan una clara mayoría a la suma de PP y Vox, pero el PP no tiene
ningunas ganas de entenderse con Vox y teme que una perspectiva de gobierno de
coalición aleje a los votantes «centristas».
No parece muy probable que el bipartidismo que ha imperado en varias décadas
siga reinando, los errores y deslices de Rajoy dañaron la credibilidad del PP y
los votantes de Vox no se pasarán al PP. Se dice que la esperanza de Sánchez es
dar a escoger entre la izquierda y la «extrema derecha», pero las dificultades
económicas y los abusos de la ingeniería social pueden hacer fallar ese
cálculo: tal vez los votantes prefieran buscar soluciones y no responder al
resorte de la identidad, que es lo que opera con el cuento de la «izquierda».
Tal vez la demagogia de un político generoso que da y da de todo a su pueblo
sea demasiado burda para una sociedad que puede ver que aquello que recibe lo
paga ella misma con creces.
4 comentarios:
Y para mas intranquilidad de los españoles hemos oído decir que Feijóo, el candidato actual el partido Popular, es tan poco arriesgado como Rajoy y con mucho miedo a que los socialistas le vayan a llamar facha. Es una lástima que los amigos de Cuba y Venezuela en España hayan saboteado ese acuerdo de paz, pero así funciona el comunismo, creando siempre el desorden y la desesperanza.
Similar al desorden de Francia.....no la Márquez, sino de la antigua Galia, la que administra el torpe de Macron.
Jesús Moreno: más o menos ése es todo el problema, que la mayoría se dispersa porque la organización poderosa es el partido de estos políticos profesionales que están más pendientes de sus carreras que de cualquier programa. Feijoo en efecto sigue el modelo de Rajoy porque el cálculo es que parecer progresista anima a votar por él a gente que votaba al PSOE, o en todo caso a no votar contra él. Esperan gobernar con algún apoyo del PSOE, y por eso es posible que pierdan apoyo de gente decepcionada que votaría a Vox. El ascenso de este partido es la esperanza de los demócratas y liberales.
En Francia tienen otros problemas pero no tan radicalmente un gobierno de la onda chavista. Macron representa a la casta política, pero al menos ha tenido valor para imponer la reforma de las pensiones.
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