12 mar 2016

No hay de qué sorprenderse

Por @ruiz_senior

Como señalé en un post de hace pocas semanas, la claudicación del uribismo ante la toma del poder por los terroristas es total, y la reciente aprobación por consenso del régimen de las Zonas de Reserva Campesina lo confirma. Pero es algo que señalo desde 2010 sin que a nadie le parezca que se le debe prestar atención: los colombianos de las grandes ciudades ven la política como una confrontación futbolística y lo menos que se puede esperar de ellos es que sean leales a su equipo. Los hinchas uribistas lo son, no es que aplaudan las mentadas ZRC, pero tampoco muestran AHORA ningún rechazo. Si no están unidos se sienten traidores y casi partidarios del equipo rival.

Esa disposición unánime de los uribistas no obedece sólo a intereses espurios, ni siquiera al servilismo típico asociado a la esclavitud, sino que corresponde a la identidad más profunda del hispanoamericano, que es el español de los siglos XVI y XVII exportado al nuevo continente y estancado en los valores de su época y en el confort del saqueo y la esclavitud (exactamente lo contrario del angloamericano, que huía de la persecución religiosa y encontró grandes extensiones vírgenes en las cuales crear su utopía, sin riquezas que saquear ni poblaciones mansas a las cuales esclavizar, y ni siquiera tierras fértiles en la Nueva Inglaterra originaria).

¿Cuáles eran esos valores del español de esos siglos que pobló amplias regiones de América? Los de la Contrarreforma católica, surgida como recuperación de las ideas de la Edad Media en respuesta a la orgía pagana del Renacimiento y a la rebelión de los pueblos de origen germánico que se conoce como Reforma. ¿Qué caracterizaba a la Contrarreforma? La unanimidad a ultranza en torno a la autoridad papal, que se consideraba infalible. ¿Cómo se garantizaba esa unanimidad? Mediante el terror, para lo cual existía el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición, que castigaba cualquier disidencia u originalidad. Sin ir más lejos, las dos figuras más importantes del catolicismo español, santa Teresa y san Juan de la Cruz, sufrieron persecuciones.

Esa relación entre la idiosincrasia hispanoamericana y la Contrarreforma la señaló en muchas de sus obras el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, que resumió el asunto con la frase "Somos los hijos de la Contrarreforma" y que encontró en muchas actitudes vigentes el rastro de esa herencia, sobre todo en la imposibilidad de la crítica.

Eso es lo que se puede detectar en la actitud de los uribistas ante la proeza de sus representantes, que pueden lloriquear todo lo que quieran pero al final reconocen la infamia de La Habana prestándose a entregar territorios al crimen organizado. No es concebible la crítica ni el pensamiento independiente, ante eso hay un freno inconsciente poderosísimo, como el que impide la antropofagia o el incesto. ¿A quién se le va a ocurrir poner en cuestión lo que haga Uribe? Seguro que es alguien pagado por Santos, o afiliado a alguna otra candidatura o simplemente de las FARC desinformando. Los mismos que antes de que Uribe llegara a la presidencia se esperanzaban con Carlos Castaño, incluso víctimas de los terroristas, callan sobre las Zonas de Reserva Campesina para no resultar críticos con el Amado Líder infalible por siempre.

Lo rígido para los colombianos no es la ley (de ahí que ningún uribista cuestionara nunca la espléndida ocurrencia de buscar un tercer periodo para el líder, si la ley lo prohíbe, se cambia la ley), ni la ideología (José Obdulio Gaviria anuncia tranquilamente la confluencia con el MOIR, grupo maoísta que forma parte del Polo Democrático y que acompañó la campaña de Clara López a la Alcaldía de Bogotá, y ensalza como líder antiterrorista a Francisco Mosquera, que de haber tenido ocasión habría hecho las de Pol Pot, al que siempre aplaudió). Lo rígido es la adhesión y lealtad a las personas, al caudillo providencial que puede traer la redención, siguiendo una tradición hispanoárabe que también señaló Octavio Paz como rasgo de la idiosincrasia de la región.

A causa de esa idiosincrasia, a pesar del odio que la inmensa mayoría profesa a los terroristas, el perverso plan de Santos no ha tenido respuesta y no la tendrá. El uribismo es una minoría menguante que trata de mejorar la negociación y que bajo la tiranía comunista se acomodará. Ya el cuasi anuncio de una candidatura conjunta con Cambio Radical, uno de los partidos que sostienen a Santos, permite ver lo que ocurrirá. La izquierda perfectamente se podría dividir para forzar algún reconocimiento al nuevo régimen, con Robledo aliado con los uribistas sumado al lloriqueo y a la explotación del descontento, que siempre reinará y encontrará audiencia, en aras también de la cuota de poder de su capilla.

La negociación de La Habana es un crimen y constituye la instauración de una tiranía que traerá mucha sangre y mucho sufrimiento. Todos los que la acompañen, sean "liberales" como Mejía Vergnaud o Daniel Raisbeck o uribistas, forman parte de un mismo bando. ¿Que estamos en absoluta minoría quienes nos oponemos? Efectivamente, pero la idea de la democracia liberal no es natural y sin embargo avanza en la mayor parte del mundo. No la puede representar nadie que no se oponga rotundamente al reino del hampa, pues al admitirlo todos se hacen sus esclavos.

La guerra contra el totalitarismo y en defensa de la ley es una guerra de ideas. Ojalá esas enseñanzas de Octavio Paz sobre la necesidad de la crítica y la raíz contrarreformista de la mentalidad hispanoamericana fueran el fundamento del discurso de quienes queremos hacerle frente a la unanimidad del régimen y sus clases universitarias. La actitud de los uribistas ya los descarta como posibles aliados: son parte de eso que tenemos que combatir.

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